CARÁCTER MANIPULADOR DE UN PLANTEAMIENTO
By Alfonso López Quintás
El que plantea una cuestión con una táctica no dirigida a descubrir la verdad sino a dominar a quien piense de forma distinta juega con ventaja porque escoge el terreno de la lucha y dispone sus efectivos del modo más conveniente para sorprender y cercar al adversario ideológico.
Si aceptamos un planteamiento demagógico, nos enredamos desde el principio en la maraña de confusiones que teje el manipulador para confundirnos. Aunque superemos a éste en preparación intelectual, seremos dominados ampliamente por él. De ahí la necesidad de poner en forma nuestra capacidad de captar al vuelo desde el primer momento los signos que delatan el carácter manipulador de un planteamiento.
Condiciones de la estrategia manipuladora
El manipulador suele plantear los temas de forma parcial, unilateral, y precipitada.
- El que quiere dominar a cualquier precio, sin dar razones que convenzan por su coherencia y luminosidad, reduce la cuestiones planteadas a los elementos que favorecen la solución que él defiende. Al plantear, por ejemplo, la cuestión del divorcio, presenta con tintes dramáticos un aspecto de la misma: el hecho de que existen "matrimonios rotos" y es necesario que la sociedad les ayude. Deja de lado, sin embargo, los daños que el divorcio pueda causar a los hijos y el grave deterioro que, debido a las leyes divorcistas, sufra la idea del matrimonio como una forma de vida estable y fecunda en orden a promover la unidad de los esposos y dar vida y educar a nuevos seres. El que piensa con rigor no admite un planteamiento que deje de lado algún dato esencial de cada problema. Si tolera esa amputación inicial, será llevado fácilmente a donde tal vez no quiera llegar.
- Actuar con rapidez aparece hoy a una mirada desprevenida como una actitud positiva porque la imagen del campeón deportista que rompe marcas gravita sobre la imaginación del hombre actual, sobre todo de los jóvenes, y constituye una especie de telón de fondo sobre el cual son proyectadas y valoradas las acciones de la vida cotidiana. Muchos jóvenes conducen por las calles la motocicleta o el coche con aire deportivo, emulando a sus héroes de los circuitos profesionales. Esta superposición de imágenes -la de una acción realizada con rapidez y la del velocista que sube al podio de campeón-orla de prestigio no sólo a los tipos de actividad que se realizan rápidamente porque lo requiere su naturaleza sino también a aquellos cuyo modo de ser exige un tempo reposado. De esta forma se glorifica la precipitación -que es un modo de celeridad inadecuada-, el ilusionismo -que utiliza la rapidez para deslumbrar y hacer posibles los juegos de manos-, las explosiones revolucionarias -que actúan de modo súbito y avasallador, con el fin de arrollar el pasado histórico y edificar el futuro sobre el terreno calcinado-.
Esta triple glorificación de la prisa se basa en la confusión de dos modos diversos de temporalidad: la del reloj y la de la mente.
El tiempo que el deportista intenta recortar al máximo es el tiempo objetivo del reloj, el que mide el movimiento de los astros y sirve de algún modo para cronometrar los cambios realizados por el hombre.
El tiempo propio de las actividades mentales -sobre las que quiere actuar el manipulador- es un ritmo determinado por el hombre en el proceso mismo del pensar, que no es un mero decurso temporal sino una actividad creadora regida por una lógica interna. Imprimir un ritmo desorbitado a este proceso equivale a someter a la persona pensante a la arbitrariedad de quien impone esa celeridad desde fuera, sin tener en cuenta las exigencias internas del pensamiento. Marcar un ritmo es decisivo en la táctica deportiva porque significa llevar la iniciativa en la elaboración de las jugadas. Fijar al pensamiento un ritmo tal que haga imposible pensar y razonar debidamente implica dejar al hombre fuera del juego intelectual y someterlo a una dirección exterior.
Es decisivo en estrategia no someterse al ritmo del adversario. De ahí el riesgo que entraña la actitud pasiva de quienes se inhiben ante los problemas y se mantienen a la expectativa, limitándose a "verlas venir". Esta cómoda posición es presentada a veces por los responsables como una actitud prudente, pero, vista con la debida perspectiva, constituye la peor forma de temeridad, pues equivale a plantear la batalla en el terreno del enemigo, que quiere batirse en clima de precipitación. Al precipitar el modo de pensar, se puede desplazar al adversario con la energía tosca del empellón. En cambio, si se adopta el tempo adecuado al recto pensar, suele vencer solamente el que aduce razones más sólidas.
Conviene insistir en la idea de que el pensamiento es una actividad propia de un ser vivo, es una manifestación vital y, en consecuencia, plantea las exigencias propias de su tipo peculiar de vida. Entre ellas figura el ajuste al ritmo adecuado. Un árbol no crece a borbotones; un animal no se reproduce con ritmo de fábrica; un hombre no piensa con velocidad de computadora. El pensar tiene su ritmo, y éste presenta diversos matices según la rapidez mental de cada uno y su grado de formación.
Montaje táctico de un proceso manipulador
Para mostrar de modo concreto las distintas fases del planteamiento demagógico de un tema, aludiré a un caso bien conocido del lector actual: la ley de servicios audiovisuales, mal llamada ley "K". No es mi intención aquí abordar el estudio de este delicado tema, sino indicar algunos defectos de forma en el planteamiento que a veces se hizo del mismo desde los grupos monopólicos de la información. Es un análisis metodológico más que doctrinal. Por supuesto, cualquier persona o grupo puede sostener la idea de que es lícita la práctica -restringida o general- del monopolio si es capaz de presentar razones que avalen su opinión. No es aceptable, en cambio, sostener tal posición sobre la mera base de argumentos falaces y recursos estratégicos que no resisten una mínima revisión crítica. Sólo si adoptamos todos una actitud de absoluta honradez en los planteamientos, podemos caminar hacia una meta convergente: el hallazgo de una verdad común.